El sol quema al tiempo que el viento se siente frío y húmedo. Tan extremoso es el clima por aquí, que hasta en un día cualquiera de otoño hace calor y frío a la vez. Pero el clima no parece molestar a nadie.
Algunos han llegado a pie y han tenido que caminar al menos un par de kilómetros. Otros llegaron en coche, pero igual hubieran deseado haber llegado a pie, porque tal vez hayan caminado aún más. Y es que había tanta gente que era imposible contarla. Tanta, que el río de coches y gente era por sí mismo un espectáculo. Algunos coches venían tan llenos de gente que me hicieron recordar algunas divertidas escenas de la historieta La Familia Burrón.
La presa El Rejón ha sido siempre uno de los lugares recreativos más visitados por estar dentro de los límites de la ciudad y por cierto tal vez el más concurrido para actividades acuáticas, del ski a la pesca de fin de semana. Pero ahora luce remodelada como parte del proyecto del Parque Tricentenario Tres Presas.
Un proyecto que se ha retrasado por falta de presupuesto y de no sé qué más, pero debió ser inaugurado hace un año. Hoy, la presa luce bien, más que bien y aunque le falta mucho, lo que ya está terminado es también mucho. Y ha sido el lugar elegido para llevar a cabo el aeroshow, la versión recargada y con esteroides de la Fiesta del Globo, que oficialmente desaparece a partir de éste año para dar paso al Extremo Aeroshow.
Todos miramos hacia el cielo, aunque algunos pequeñines se entretienen con cualquier otra cosa. El cielo luce radiante, azul como pocos. Lo único que rasga el lienzo celeste son las pinceladas de humo blanco que brotan de esos artefactos voladores, tripulados por pilotos tan atrevidos, que de pronto cruzan la línea donde termina el espectáculo y empieza la imprudencia. Valientes o locos, qué importa, ellos son los que vuelan y de alguna manera, volamos con ellos. Soñar no cuesta nada y menos con ambos pies en la tierra.
El asombro no tiene límites, las diminutas aeronaves giran, suben y bajan, se cruzan en el aire o simplemente caen como piedras para levantarse de nuevo en el último segundo. Los gritos y aplausos se ahogan enmedio del rugir de las turbinas. Se escuchan toda clase de pláticas entre la gente. Y es que literalmente es lo nunca visto. Desde el docto que quiere impresionar con sus conocimientos de aeronáutica hasta el iletrado que usa pintorescas expresiones de sorpresa dignas de una pulquería de barrio.
Pero todo es parte del show, en el aire como en tierra. Sorpresa, asombro, alegría, todo eso y mucho más durante un par de horas. El espectáculo termina y la marea de gente se aleja, solo para regresar horas más tarde.
La noche cae y las miles de personas ahí reunidas nos disponemos a participar en otra cosa nunca vista: lanzar globos de cantoya.
El oscuro cielo se pinta con miles de coloridos globos que lentamente ascienden. Es una visión surrealista, es como si miles de lámparas flotaran encima de nosotros. El espectáculo es sin duda bellísimo. Aunque un tanto desorganizado, el objetivo se logra. No me refiero al supuesto récord establecido, sino a algo mucho más sencillo pero complejo a la vez: la convivencia de miles de personas.
Si las cosas en el aire han sido buenas, en tierra, también....no recuerdo que en los últimos años, tantas familias se hayan reunido en un solo lugar. Ha habido algunos espectáculos para toda la familia, pero nunca en éstos números ni en éstas proporciones.
Y ahí reside el verdadero espectáculo. Ver a tanta gente, a tantas familias juntas conviviendo en paz y compartiendo su alegría es tanto o más espectacular que volar a toda velocidad a un metro sobre el agua.
En el aire, hemos visto la manifestación de la técnica y las eternas horas de entrenamiento. En tierra, la manifestación de una ciudad agobiada que busca ávidamente la manera de recuperar parte de lo mucho que ha perdido.