El break dance no ha muerto. De hecho, parece estar más vivo que nunca.
Entre el Hip Hop, los beats del DJ, un MC animando continuamente al público y un grupo de talentosos bailarines, Plaza Mayor presenció una buen show de baile urbano.
Lejos parecen estar ya aquéllas noches de discotecas a finales de los 70´s cuando por primera vez ví el break dance en vivo y a todo color. Ésta noche de domingo, simplemente reviví muchos de aquéllos momentos.
Mezclado entre un mar de jovencitos ávidos de bailar y jovencitas histéricas que no paraban de gritar, tuve mis propios deja vús de otros y ya lejanos tiempos.
Nacido en los ghettos neoyorkinos pero con un linaje proveniente de danzas africanas y mezclado luego con un poco de artes marciales, otro poco más de gimnasia y un mucho de ritmos modernos, el break dance es una fusión espectacular de ritmo y ostentación atlética.
Entre el Hip Hop, los beats del DJ, un MC animando continuamente al público y un grupo de talentosos bailarines, Plaza Mayor presenció una buen show de baile urbano.
Lejos parecen estar ya aquéllas noches de discotecas a finales de los 70´s cuando por primera vez ví el break dance en vivo y a todo color. Ésta noche de domingo, simplemente reviví muchos de aquéllos momentos.
Mezclado entre un mar de jovencitos ávidos de bailar y jovencitas histéricas que no paraban de gritar, tuve mis propios deja vús de otros y ya lejanos tiempos.
Nacido en los ghettos neoyorkinos pero con un linaje proveniente de danzas africanas y mezclado luego con un poco de artes marciales, otro poco más de gimnasia y un mucho de ritmos modernos, el break dance es una fusión espectacular de ritmo y ostentación atlética.
Africoamericanos y latinos se encargaron de elevar el break dance a categoría de cultura urbana. Si bien es cierto que su auge había llegado a tope en los 80´s y luego parecería no haber otro camino más que el de su inevitable declive, quienes profetizaron su fin se han quedado con un palmo de narices.
El break dance ahora ha tomado elementos culturales de todo tipo y lo que antes era sólo digno del underground urbano, hoy es una auténtica manifestación cultural con seguidores en todo el mundo. Especialmente entre los jóvenes. Y Chihuahua no es la excepción.
La noche es templada y el estar apretujados como sardinas parece ser un requisito indispensable para disfrutar el espectáculo. Quienes apretujaban mi humanidad eran un grupo de jovencitas con saludables pulmones y lenguaje salpicado de floridas blasfemias que en la edad media las hubieran llevado a la hoguera sin juicio de por medio. Tuve la curiosidad de saber cuántos decibeles alcanzaba esa mezcla de aullidos y chillidos que avergonzarían el barritar de un paquidermo de buen tamaño.
El escenario en Plaza Mayor se convierte en pista de baile. Hoy vuelve a llover, pero no agua, sino un sinfín de saltos, giros y acrobacias que en gente apenas poco menos entrenada y capaz, causarían cuadraplejias, dislocaciones y cualquier suerte de calamidades anatómicas. Los bailarines no podían ser más representativos, oriundos de las comunidades boricuas, colombianas y afroamericanas de la Gran Manzana, aunque no faltó la chica oriental como salida de la secuela Tokyo Drift de la saga de los Rápidos y Furiosos.
El break dance ahora ha tomado elementos culturales de todo tipo y lo que antes era sólo digno del underground urbano, hoy es una auténtica manifestación cultural con seguidores en todo el mundo. Especialmente entre los jóvenes. Y Chihuahua no es la excepción.
La noche es templada y el estar apretujados como sardinas parece ser un requisito indispensable para disfrutar el espectáculo. Quienes apretujaban mi humanidad eran un grupo de jovencitas con saludables pulmones y lenguaje salpicado de floridas blasfemias que en la edad media las hubieran llevado a la hoguera sin juicio de por medio. Tuve la curiosidad de saber cuántos decibeles alcanzaba esa mezcla de aullidos y chillidos que avergonzarían el barritar de un paquidermo de buen tamaño.
El escenario en Plaza Mayor se convierte en pista de baile. Hoy vuelve a llover, pero no agua, sino un sinfín de saltos, giros y acrobacias que en gente apenas poco menos entrenada y capaz, causarían cuadraplejias, dislocaciones y cualquier suerte de calamidades anatómicas. Los bailarines no podían ser más representativos, oriundos de las comunidades boricuas, colombianas y afroamericanas de la Gran Manzana, aunque no faltó la chica oriental como salida de la secuela Tokyo Drift de la saga de los Rápidos y Furiosos.
Y la gente, bueno, la gente felíz a ritmo de esos inconfundibles beats hiphoperos y scratches del DJ. Niños por montones, jóvenes por centenares y gente como yo, un nutrido grupo de adultos contemporáneos que no sólo hemos disfrutado un divertido show, sino que en silenciosa complicidad, nos hemos transportado a esos años de las décadas de los 70´s y 80´s, cuando el break dance era sólo cosa de pandilleros y guerreros urbanos.
Un buen show, infecciosamente divertido e indudablemente rejuvenecedor que puso de cabeza a la concurrencia.
Un buen show, infecciosamente divertido e indudablemente rejuvenecedor que puso de cabeza a la concurrencia.
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