El olor a palomitas de maíz* es muy intenso. Se antoja tener una bolsa y saborearlas mientras vemos la película. Pero ya será en otra ocasión. A duras penas pudimos pagar los 2 pesos que costó la entrada al cine. Y para unos niños de 10 años, eso es mucho dinero. En esa pantalla que está ante nuestros ojos, hemos visto a grandes ídolos: Germán Valdés "Tin Tan", Mario Moreno "Cantinflas", "Capulina", "Chabelo" y hasta ídolos del ring como El Santo.
Termina la función y salimos a la calle. Ha sido una matinee más en el Cine Colonial. Son casi las 12 p.m., lo que quiere decir que el día apenas empieza para nosotros.
El Cine Colonial siempre me impresionó. Sus amplias escalinatas, sus pesadas cortinas y alfombras. Sus sillones en los descansos de la escalinata. La decoración de las paredes. Y qué decir de su fachada. Muy de los 40´s. En sus años debió ser bastante opulento. Hoy luce bien, pero es obvio que sus mejores años quedaron atrás. Mientras volvemos a casa, jugamos a que éramos corredores de 100 metros planos. Los juegos atléticos están de moda entre nosotros. Y es que estamos a sólo algunos días de los Juegos Olímpicos de Munich ´72. Mientras corremos por la Calle Ojinaga, mi único pensamiento es cuándo volveré de nuevo al Cine Colonial para ver otra película. No lo sabía en ese momento, pero por azares del destino, pasarían más de 30 años para que yo volviera a pisar ese lugar.
En los días de verano de los años 80´s, las tormentas eléctricas eran bastante puntuales por las tardes. Casi todos los días llovía a la misma hora. La tormenta duraba 10, tal vez 20 minutos y se marchaba dejando su frescura y un gran alivio para el intenso calor. La Calle Libertad, mejor conocida como La Liber, no sólo era el centro de la actividad comercial de la ciudad, sino que también era una ruta natural de transición para quienes debíamos usar el transporte público. Recientemente me había mudado de vecindario y el centro de la ciudad ya no era mi barrio, pero de todas formas, yo debía pasar por ahí casi a diario. Para ir entre puntos opuestos de la ciudad, algunos debíamos de trasbordar en el centro para cambiar de una ruta a otra. Debíamos caminar una o dos calles y pasar a través de La Liber.
En no pocas ocasiones, en aquéllas tardes de lluvia, mis amigos de la escuela y yo debimos buscar refugio momentáneo en algunas tiendas. Muchos de los edificios de La Liber, entre la Calle 3a. y la Avenida Independencia han sido y siguen siendo zapaterías. Dado que requieren cierto tipo de aparadores, el espacio entre ellos permite que quepa un buen número de personas. Así que si nos sorprendía la lluvia, casi siempre buscábamos una zapatería. Ahí siempre cabíamos todos los que necesitábamos ponernos a resguardo de los elementos.
Uno de esos edificios lo usamos varias veces como refugio. Está en La Liber y Calle 3a. No es muy grande, pero su fachada es bastante agradable a la vista. Los expertos dicen que la arquitectura es Art Deco. De hecho, varios edificios del centro de la ciudad construídos en los 40´s y 50´s comparten ese tipo de arquitectura. Mientras mis amigos y yo esperamos pacientemente el paso de la tormenta, la abundante agua de lluvia golpea la fachada del edificio. Formando pequeños ríos, el agua serpentea por la fachada camino abajo hasta llegar al suelo y se pierde entre otros muchos riachuelos que corren por la calle. Eventualmente, terminé la escuela y la ruta a través de La Liber ya no fué necesaria. No volví a prestarle atención a ese edificio en los siguientes 20 años.
Pero la vida da muchos giros inesperados. Ésta noche, ese camino que recorría el agua de lluvia a través de la fachada del edificio, es recorrido por un animado y colorido grupo de Catrinas tricolores. Una visión muy surreal. La Catrina es parte de nuestra cultura iconográfica nacional. No sorprende que las Catrinas lleven atuendos con los colores de nuestra bandera nacional. Vamos, que a las Catrinas hasta la hemos visto desfilar por las calles de nuestra ciudad y es imposible no encontrarlas a nuestro alrededor en el Día de Muertos. Hoy, son Catrinas altamente virtuales, multimedia, de última generación. No son producidas por la mano de José Guadalupe Posada, sino por un procesador de imágenes digitales. Entre telones de terciopelo, cantinas del viejo oeste, bailarinas de Can-can y personajes revolucionarios, estamos a media calle, al aire libre, pero a la vez dentro de un teatro: el Teatro de la Libertad.
Los colores son intensos, las imágenes evocadoras. Un viaje a tiempos de farándula opulenta seguidos por tiempos de convulsiones revolucionarias. Tiempos de arte y espectáculo, pero también de barbarismo y cambios violentos.
La narración de luz de Xavier de Richemont nos lleva a los orígenes del teatro en Chihuahua a través de interminables imágenes que nos transportan a esos momentos de nuestra historia. Un teatro que vió fastuosos días de gala a finales del siglo XIX y que venía empapado de los elementos escénicos a la usanza europea y estadounidense. La influencia francesa del Can-can, tan popular a finales del siglo XIX y el ambiente aventurero del lejano oeste norteamericano permearon e influyeron enormemente en las representaciones artísticas de la época.
El Cine Colonial siempre me impresionó. Sus amplias escalinatas, sus pesadas cortinas y alfombras. Sus sillones en los descansos de la escalinata. La decoración de las paredes. Y qué decir de su fachada. Muy de los 40´s. En sus años debió ser bastante opulento. Hoy luce bien, pero es obvio que sus mejores años quedaron atrás. Mientras volvemos a casa, jugamos a que éramos corredores de 100 metros planos. Los juegos atléticos están de moda entre nosotros. Y es que estamos a sólo algunos días de los Juegos Olímpicos de Munich ´72. Mientras corremos por la Calle Ojinaga, mi único pensamiento es cuándo volveré de nuevo al Cine Colonial para ver otra película. No lo sabía en ese momento, pero por azares del destino, pasarían más de 30 años para que yo volviera a pisar ese lugar.
En los días de verano de los años 80´s, las tormentas eléctricas eran bastante puntuales por las tardes. Casi todos los días llovía a la misma hora. La tormenta duraba 10, tal vez 20 minutos y se marchaba dejando su frescura y un gran alivio para el intenso calor. La Calle Libertad, mejor conocida como La Liber, no sólo era el centro de la actividad comercial de la ciudad, sino que también era una ruta natural de transición para quienes debíamos usar el transporte público. Recientemente me había mudado de vecindario y el centro de la ciudad ya no era mi barrio, pero de todas formas, yo debía pasar por ahí casi a diario. Para ir entre puntos opuestos de la ciudad, algunos debíamos de trasbordar en el centro para cambiar de una ruta a otra. Debíamos caminar una o dos calles y pasar a través de La Liber.
En no pocas ocasiones, en aquéllas tardes de lluvia, mis amigos de la escuela y yo debimos buscar refugio momentáneo en algunas tiendas. Muchos de los edificios de La Liber, entre la Calle 3a. y la Avenida Independencia han sido y siguen siendo zapaterías. Dado que requieren cierto tipo de aparadores, el espacio entre ellos permite que quepa un buen número de personas. Así que si nos sorprendía la lluvia, casi siempre buscábamos una zapatería. Ahí siempre cabíamos todos los que necesitábamos ponernos a resguardo de los elementos.
Uno de esos edificios lo usamos varias veces como refugio. Está en La Liber y Calle 3a. No es muy grande, pero su fachada es bastante agradable a la vista. Los expertos dicen que la arquitectura es Art Deco. De hecho, varios edificios del centro de la ciudad construídos en los 40´s y 50´s comparten ese tipo de arquitectura. Mientras mis amigos y yo esperamos pacientemente el paso de la tormenta, la abundante agua de lluvia golpea la fachada del edificio. Formando pequeños ríos, el agua serpentea por la fachada camino abajo hasta llegar al suelo y se pierde entre otros muchos riachuelos que corren por la calle. Eventualmente, terminé la escuela y la ruta a través de La Liber ya no fué necesaria. No volví a prestarle atención a ese edificio en los siguientes 20 años.
Pero la vida da muchos giros inesperados. Ésta noche, ese camino que recorría el agua de lluvia a través de la fachada del edificio, es recorrido por un animado y colorido grupo de Catrinas tricolores. Una visión muy surreal. La Catrina es parte de nuestra cultura iconográfica nacional. No sorprende que las Catrinas lleven atuendos con los colores de nuestra bandera nacional. Vamos, que a las Catrinas hasta la hemos visto desfilar por las calles de nuestra ciudad y es imposible no encontrarlas a nuestro alrededor en el Día de Muertos. Hoy, son Catrinas altamente virtuales, multimedia, de última generación. No son producidas por la mano de José Guadalupe Posada, sino por un procesador de imágenes digitales. Entre telones de terciopelo, cantinas del viejo oeste, bailarinas de Can-can y personajes revolucionarios, estamos a media calle, al aire libre, pero a la vez dentro de un teatro: el Teatro de la Libertad.
Los colores son intensos, las imágenes evocadoras. Un viaje a tiempos de farándula opulenta seguidos por tiempos de convulsiones revolucionarias. Tiempos de arte y espectáculo, pero también de barbarismo y cambios violentos.
La narración de luz de Xavier de Richemont nos lleva a los orígenes del teatro en Chihuahua a través de interminables imágenes que nos transportan a esos momentos de nuestra historia. Un teatro que vió fastuosos días de gala a finales del siglo XIX y que venía empapado de los elementos escénicos a la usanza europea y estadounidense. La influencia francesa del Can-can, tan popular a finales del siglo XIX y el ambiente aventurero del lejano oeste norteamericano permearon e influyeron enormemente en las representaciones artísticas de la época.
El escenario en aquéllos años, fué el Teatro Betancourt (1877-1904), el cual desaparecería tras un voraz incendio. Posteriormente, en ese mismo lugar y en los tiempos violentos de la Revolución Mexicana, se levantó el Teatro Centenario (1910-1938). El tema de la Revolución sería omnipresente en el arte de la época, influyendo tanto a las obras de teatro como al Muralismo. Eventualmente, el Teatro Centenario correría la misma suerte que su antecesor, devorado por el fuego.
En tiempos de la post guerra, su lugar sería ocupado por el Teatro-Cine Colonial (1946-1992). Cuando dejó de operar como sala de cine, el edificio permaneció abandonado por años. En el 2001, sería remodelado para convertirse en el Teatro de la Ciudad.
He caminado recientemente sobre su escenario. He fotografiado a actores, conferencistas y bailarines sobre él. He pisado de nuevo un suelo que durante 130 años de historia de la ciudad, ha sido consagrado a las artes escénicas. Y estando en el escenario, he mirado al graderío, buscando el lugar donde estaba aquélla butaca donde por última vez me senté 37 años atrás.
Hoy, en La Liber, la historia de ese escenario, pasa ante nuestros ojos en una luminosa historia de sólo 10 minutos. Y por ironías del destino, empieza a llover. El edificio es ahora un lienzo de luz. No es posible refugiarse de la lluvia en él. Pero a diferencia de aquéllos años de estudiante, hoy llevo un paraguas conmigo. Mientras guardo mis cámara fotográfica y me protejo de la pertinaz llovizna, no puedo dejar de pensar en la manera tan extraña como a través de un espectáculo, el destino puede entrelazar dos edificios que en distintos momentos de mi vida, han significado algo.
En tiempos de la post guerra, su lugar sería ocupado por el Teatro-Cine Colonial (1946-1992). Cuando dejó de operar como sala de cine, el edificio permaneció abandonado por años. En el 2001, sería remodelado para convertirse en el Teatro de la Ciudad.
He caminado recientemente sobre su escenario. He fotografiado a actores, conferencistas y bailarines sobre él. He pisado de nuevo un suelo que durante 130 años de historia de la ciudad, ha sido consagrado a las artes escénicas. Y estando en el escenario, he mirado al graderío, buscando el lugar donde estaba aquélla butaca donde por última vez me senté 37 años atrás.
Hoy, en La Liber, la historia de ese escenario, pasa ante nuestros ojos en una luminosa historia de sólo 10 minutos. Y por ironías del destino, empieza a llover. El edificio es ahora un lienzo de luz. No es posible refugiarse de la lluvia en él. Pero a diferencia de aquéllos años de estudiante, hoy llevo un paraguas conmigo. Mientras guardo mis cámara fotográfica y me protejo de la pertinaz llovizna, no puedo dejar de pensar en la manera tan extraña como a través de un espectáculo, el destino puede entrelazar dos edificios que en distintos momentos de mi vida, han significado algo.
Pero a la vez no me extraña del todo. Al fin de cuentas estamos frente a un escenario. Y es que el escenario es eso, un mundo donde la fantasía y la realidad se entrelazan y donde ocurre lo impensable y lo inesperado. La fantasía empieza donde la realidad termina. Pero cuando la fantasía se agota, necesita nutrirse de la realidad. Y así, realidad y fantasía quedan envueltas en una danza interminable, en un viaje de luz realmente fantástico, o quizá deba decir, un viaje de luz fantásticamente real.
* En algunos países del continente americano se les conoce como cotufas, pochoclo, cocaleca, rosetas, rositas, cangui, crispetas o pop corn.
* En algunos países del continente americano se les conoce como cotufas, pochoclo, cocaleca, rosetas, rositas, cangui, crispetas o pop corn.